A pesar de ser muy temprano, mis ojos se abrieron como impulsados por algún resorte cerebral.
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La única evidencia que tenía en ese momento, era que un nuevo día surgía sistemáticamente tras acabar las peripecias de la noche.
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Esa mañana madrugué más de lo habitual y como «a quien madruga dios le ayuda», o al menos eso dice uno de nuestros refranes…
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…nada más pisar la calle, el sol comenzó a salir de su letargo nocturno.
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En su camino inicial, mucho antes de llegar al zenit de su ascenso en la bóveda celeste…
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.. comenzó a colorear las nubes que como niñas pequeñas, parecían esperarlo llenas de agitación.
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Los tonos bermejos, púrpuras, grana y por otro lado los ambarinos, azafranados e incluso dorados, comenzaron a ser absorbidos por el etéreo campo de nubes que poco a poco fueron tiñendo sus cristalinos vestidos con aquel abanico de pigmentos.
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Para poder fotografiar aquella ancestral ceremonia del amanecer….
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… recorrí varias calles…
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… e incluso llegué a las afueras del pueblo para poder dejar grabado con mi cámara este sublime momento.
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Estas fueron las instantáneas que logré captar, instantáneas impetuosas, vivaces y al mismo tiempo huidizas y efímeras como la propia existencia humana.
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¡Salud y suerte!
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