AMANECE EN LA BAHÍA por Antonio Mérida

Buenos días Gran Astro – dijo el anciano pescador mientras introducía las viejas redes en su aún más vieja barca – ¿Que me auguras para esta nueva jornada?

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El Sol respetuoso con alguien que acumulaba la experiencia de muchos años respondió: – Sabes que yo sólo puedo darte mi calor y mi ánimo, pero el acontecer del día depende de tus actos.

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A pesar de lo cual, un inesperado rayo iluminó un desgarro de la red por donde podían escapar los peces.

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Muchas gracias amigo – dijo agradecido el anciano – nunca viene mal la ayuda de otros ojos, los míos están ya muy cansados y son incapaces de descubrir descuidos de este calibre.

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La vieja barca, la zurcida red y el anciano pescador se hicieron a la mar mientras desde lo alto el Gran Astro con su ojo de fuego era testigo de como en la bahía, una vez más, se representaba la ancestral obra de la vida humana.

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Desde abajo los grandes barcos miraban con recelo como el destartalado cascarón surcaba las aguas, aguas que se habían vestido con brillos de oro y plata para escoltar a tan vetusto personaje.

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También las rocas miraban con interés la partida de aquellas cuatro tablas en forma de barca donde un pobre humano se mecía como un niño a merced del vaivén de las envestidas de la olas.

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Entre miradas corteses, respetuosas e interesadas el anciano se hizo a la mar.

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Las horas pasaban y todos aquellos ojos que le vieron partir, no dejaban de otear el horizonte en busca de quien, de una u otra forma, se había hecho parte inherente de la bahía.

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Miraron y volvieron a mirar, pero la vieja y familiar sombra no asomaba por el horizonte.

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El anciano pescador nunca regresó, esta vez la mar, esa cambiante e inestable amante, había decidido quedarse con él para siempre.

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Salud y hasta pronto.

Puedes dejar tu impresión en COMENTARIOS, me gustará leerla.

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